A propósito del actual movimiento universitario por la defensa y preservación de la Universidad Pública y de la Educación Pública universal y de excelente calidad como derechos insustituibles de todas y todos los colombianos, nos parece importante aportar, desde la Red de Trabajo en Ciencias Sociales, algunos elementos de juicio para contribuir al análisis y debate público al respecto.
En primer lugar, se trata de una cuestión medular para la sociedad en su conjunto. Lo que está en juego, más allá de la mera reivindicación inmediata frente al proyecto de reforma de la Ley de Educación Superior en trámite en el Congreso, es la posibilidad de generar condiciones reales de participación ciudadana en el diseño y estructuración de un mandato legal que preserve y tutele la educación como patrimonio y expresión de los colombianos, de modo que ahí quepan las diversas voces que integran la nación. Si la educación no está vinculada a la protección y autónomo desarrollo de las identidades socioculturales que conviven en el país, su función por excelencia se habrá desvirtuado, reduciéndose a los cánones del mercado, de los intereses globales y particulares que pugnan por convertirla en un negocio rentable, maquillado con los más sofisticados y retóricos discursos.
En segundo lugar, concebida la educación en los términos expuestos, esto es, como un derecho inseparable de la constitución de ciudadanía democrática, participativa e incluyente, la defensa de su carácter gratuito y obligatorio, de su universalización creciente, se convierte en una reivindicación social, política y cultural que concierne y compromete a todas y todos los colombianos sin excepción. En el hecho educativo, en su proceso cotidiano se pone en juego la formación de las nuevas generaciones y la sensibilización de los mayores respecto a lo que somos, hacemos y soñamos como colombianos. En esa práctica social de ocurrencia permanente se está fraguando la condición humana que condensa nuestros valores y aspiraciones en relación con la vida, con el planeta y la humanidad, y en esto se manifiesta o se niega y ensombrece nuestra voluntad como pueblo soberano. Este es un mandato indelegable, algo que nadie puede ni debe decidir por nosotros bajo ninguna circunstancia.
En tercer lugar, en un contexto social global como el que habitamos hoy resulta cada vez más claro que lo cultural es prácticamente el último espacio común en el que aún podemos coincidir y encontrarnos de forma íntima, física y espiritualmente. Por eso el lugar central y determinante de la cultura en esta época en cuanto a pretender alcanzar una plena comprensión de lo real humano y lo humano real. Sin un fuerte empoderamiento cultural no hay visibilización social ni política, no hay reconocimiento legal ni inclusión institucional, no hay autenticidad existencial ni en lo cotidiano ni en lo trascendental. Y la educación es y sigue siendo insumo fundamental para la construcción cultural de la vida, de cualquier clase de proyecto individual y colectivo que pase por la vida y que aspire a expresar la indisolubilidad de lo humano como condición de sentido, de legitimación y dignificación del acontecer histórico. Entonces, la educación es algo que acontece no solo en la escuela sino en cualquier circunstancia mediada por la interacción social, lo que implica la corresponsabilidad ética y política de nuestra actuación privada y pública. Nuestra actitud frente al acontecer actual, nuestro silencio, miedo o indiferencia frente a lo que ocurre a nuestro alrededor y en el mundo, o nuestra voz y manifestación abierta acerca de aquello que nos afecta directa o indirectamente; todo esto se convierte en reflejo del hacer educativo y cultural en el que estamos inmersos y del que la escuela y la universidad son apenas escenarios particulares, aunque no por ello menos importantes y decisivos en el proceso de cualificar críticamente nuestra ciudadanía.
En cuarto lugar, tras la argumentación ofrecida en los puntos anteriores, quisiéramos insistir en el aspecto angular de esta reflexión: educación y cultura, universidad y escuela, son términos vacíos, lugares abstractos, sin la presencia activa de los sujetos individuales y colectivos que los integran y los tornan reales y funcionales. Y son esos sujetos, necesariamente históricos, los que definen, a través de sus prácticas concretas, el contenido, rumbo y trascendencia, de las instituciones y experiencias que allí se desencadenan. De ahí que los sujetos sociales y culturales por excelencia sean hoy, en nuestro país y en el mundo, los estudiantes y docentes que cuestionan la situación actual de los sistemas educativos, la privatización de los mismos y las políticas neoliberales encaminadas a reducirlos a meros procesos administrativos y tecnoburocráticos. Lo que está en juego para la sociedad colombiana, para el mundo académico y cultural, es la posibilidad de hacerse presente y manifestarse activa y deliberativamente frente a una cuestión que compromete gravemente los intereses nacionales y el derecho a educar a nuestros hijos con arreglo a un proyecto cultural autónomo e incluyente.
Sobre esta problemática invitamos a la comunidad docente a participar y deliberar a través de este espacio virtual, de modo que podamos aportar a la gran discusión que al respecto debe impulsarse en todos órdenes y niveles sociales y culturales.
Envíen sus escritos, comentarios u observaciones a la Red Social UD SED y serán publicados, líguenlos a sus blogs, háganlos circular ampliamente; tenemos la convicción de que este es un momento clave para comprometer ética y políticamente nuestra identidad y nuestra actuación como docentes e intelectuales frente a una situación de crisis social y política que afecta al país y al mundo global.
Fernando Aranguren